BASAY, UN TUMOR QUE DEBEMOS ELIMINAR.

No entendió nada. Una vez terminado el humillante encuentro frente a O’Higgins el pasado Sábado y consultado por la prensa respecto a las puteadas recibidas, Ivo Basay – tristemente aún técnico de Wanderers – declaró que “este equipo tiene tres campeonatos en 125 años, cuando yo llegué este equipo estaba peleando el descenso por tres años consecutivos (…) Lo mismo pasa con Valparaíso. Parece que Valparaíso es una provincia muy especial” demostrando un ofensivo desconocimiento de que lo que es nuestro club.

Más allá de los burdos errores en cuanto a la edad de la institución, al número de títulos y a la real cantidad de años sumidos en el fondo de la tabla, lo que realmente encabrona es que este personaje pretenda hacer creer a la opinión pública, a través del ninguneo expreso a la institución, que los insultos y recriminaciones que recibe son porque el equipo no está peleando en posiciones de avanzada en el campeonato.

Bien sabemos l@s Wanderin@s que nuestro vínculo con el Decano no está marcado por el éxito deportivo, por las vueltas olímpicas o las copas levantadas y no nos acompleja reconocer que hemos ganado poco para la enorme cantidad de años que tenemos. Tampoco nos hicimos hinchas de este club porque sus planteles tuvieran una vistosa forma de jugar o porque asistir todos los domingos a Playa Ancha fuera garantía de ver un buen espectáculo. Por el contrario, muchos de nosotros nos enamoramos del cuadro Caturro en los potreros, viendo equipos realmente paupérrimos como expresión de fútbol y con tipos limitadísimos defendiendo nuestros colores.

Pero esos equipos siempre estuvieron empapados de algo que las billeteras de nuestros acaudalados accionistas no pueden comprar: resistencia, rebeldía y combate. “El Gran Capitán” Jorge Dubost – que vistiera sólo la camiseta Verde como profesional – fue capaz de jugar casi una decena de partidos, en 3 posiciones distintas, en 20 días con tal de ganarse un lugar en el primer equipo; Juan Olivares atajaba lo que le mandaran al arco pese a su pequeña estatura y sus dedos chuecos; Jaime Bahamondes fue capaz de levantarse tras un patadón que le quebró su canillera y abrió una profunda herida en su pierna y seguir jugando como si nada; y hasta antes de que Basay lo condenara al olvido en la banca, Moisés Villarroel trancaba metiendo su testa en medio de los estoperoles del zapato rival.

Nos sentíamos orgullosos e inflábamos gallardamente el pecho cuando los exitistas de siempre, hinchas del equipo de moda, se burlaban de nosotros por nuestras penurias futbolísticas. Y si nuestra frente estaba en alto era porque pese a todo nos reconocíamos en esos jugadores, y en sus combates de cada Domingo veíamos a nuestra ciudad batallar, resistir, y caer mil veces para volver a levantarse; porque entendíamos que en NUESTRO Wanderers había una llama de rebeldía ante todo el daño que los 17 años de dictadura le ocasionaron a Valparaíso (el cierre de locales tradicionales de la bohemia porteña a consecuencia del toque de queda, la reducción de los turnos de los trabajadores portuarios, el desarme de los sindicatos de los mismos y la migración de industria hacia la capital tras la crisis del 82), a su gente (centenares de detenidos desaparecidos) y a Wanderers (redacción y aprobación de estatutos de 1973 en la Corporación).

Contrario a lo que más de algún pelotudo parece creer, no nos hicimos Wanderin@s porque nos guste sufrir, sino porque no le tenemos miedo a la lucha, porque no le sacamos jamás el pecho a una bala, porque nos consideramos capacitados para aguantar y responder a cualquier golpe que pretendan propinarnos y porque nos emocionamos cuando reconocemos en el compañero esas mismas características. Fue justamente por eso que a comienzos de los 90 nos conmovimos al ver a nuestros “cracks” salir a la calle haciendo colectas que permitieran reunir los fondos para salvar al club pese a que ellos no cobraban hacía 2 meses y medio, y lejos de tener vergüenza, nos sentimos más unidos que nunca a nuestros colores.

Sin embargo, el pasado Sábado frente a O’Higgins fue como mirarse en un espejo y ver un rostro distinto al propio. Un equipo trotón y muerto en cancha, sin voluntad de rebelarse ante las circunstancias que lo afectaban, sin deseo alguno de transformar la realidad. En otras palabras, en los pastos de Macul había un grupo de jugadores que vestía con camiseta de Wanderers, pero que en realidad – salvo por ciertos jugadores como Opazo, Prieto o Parra – no era Wanderers. Y sentimos, como pocas veces, pena y vergüenza y nos percibimos como enormemente distantes a nuestro club.

Basay no entendió eso e impulsado por la arrogancia, la prepotencia y el carácter dictatorial que caracteriza a todo fascista, decidió enrostrarnos nuestra historia pobre en títulos como forma de evadir las críticas. Tampoco lo entendió el directorio de la S.A.D.P., que hoy decidió ratificar al entrenador. Sabemos que no pueden entenderlo, pues tal fractura entre hinchas y equipo tiene precisamente como responsables directos tanto al sistema de administración de Sociedades Anónimas en general, como a nuestra S.A.D.P. en particular, puesto que tienden a alejar cada vez más al hincha del club, privando al primero de toda injerencia en la construcción del otro.

Pásenle entonces el dato a Basay y a los patrones del club: ¡Nos sentimos orgullosos a rabiar de nuestra historia, en la que todos ellos no son más que un oscuro lunar que estamos dispuestos a erradicar! Aunque eso tenga que ser a la fuerza.

basay

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